Sin duda el Covid-19 aceleró enormemente la incorporación de la tecnología en la vida diaria de las personas y empresas. Hasta los meses previos a la declaración de la pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud, esta transformación tenía un ritmo propio y ajustado a cada realidad corporativa. En palabras simples, si bien existía el convencimiento de incluir tecnología en determinados procesos, cada empresa definía, de acuerdo a sus posibilidades y planes de negocios, en qué momento y bajo qué condiciones comenzaría a abrazar la ansiada transformación digital.
Sin embargo, en un contexto de ciudades confinadas en medio de una crisis sanitaria mundial, el paradigma del diario vivir cambió radicalmente. El teletrabajo se transformó en una realidad que se mantiene, con los matices propios de cada país, hasta el día de hoy; los emprendimientos y las micro, pequeñas y medianas empresas tuvieron que encontrar la forma de seguir mostrando algún grado de competitividad y, simplemente, no desaparecer, mientras que las de mayor tamaño tuvieron que acelerar sus procesos de transformación para seguir entregando bienes y servicios en un momento realmente crítico para el mundo entero. Y es claro que este cambio no se dio solo en el ámbito productivo: gobiernos, salud, educación, transporte y alimentación, entre muchas otras áreas, tuvieron que ajustarse a una realidad nueva y, hasta ese momento, desconocida.
Este nuevo panorama vino a cristalizar una conversación que, desde Fundación País Digital (FPD), comenzamos a impulsar con fuerza mucho antes de la pandemia: la necesidad de contar con profesionales competentes para los nuevos desafíos que presenta el siglo 21. Como era de esperar, este cambio de paradigma también representó un reordenamiento de las prioridades corporativas y de negocios, y hoy urge reflexionar sobre cómo preparamos a las personas para un presente y un futuro cada vez más digital.
Un “lujo” que no podemos darnos
Esta conversación se vuelve especialmente importante cuando nos referimos a reclutadores de profesionales TI, quienes hoy tienen el desafío de incorporar al mejor talento disponible en diferentes empresas en Chile y el mundo. De acuerdo con el último Informe sobre el Futuro del Empleo del Foro Económico Mundial, se proyecta la generación de 150 millones de nuevos empleos tecnológicos en los próximos cinco años. En tanto, la OCDE señala que el 14% de los trabajos será completamente automatizado y 32% lo será parcialmente en los próximos 15 años, mientras que el estudio “Future of Work”, elaborado por FPD y Accenture, muestra que nuestro país podría llegar a desaprovechar cerca de US$13.000 millones en crecimiento si no se prepara a las personas en habilidades del mercado del futuro. ¿Estamos en condiciones de darnos ese “lujo”? Desde nuestra visión, la respuesta es clara: simplemente no podemos.
Estos números nos hablan de una necesidad sobre la que hay que actuar con urgencia y a través de medidas concretas. Y es aquí en donde los conceptos de competencias y habilidades digitales juegan un papel fundamental. El nuevo escenario que enfrentamos requiere desarrollar capacidades que agreguen valor al trabajo, basadas más en el conocimiento que en las capacidades físicas, ya que, si bien las tareas más rutinarias o de riesgo para la fuerza laboral serán automatizadas, el uso de las tecnologías podrá potenciar las capacidades de las personas y mejorar su calidad de vida. De la misma forma, las nuevas tecnologías exigen el aprendizaje de un pensamiento lógico diferente al conocido hasta hoy, ya que aquellas han impactado profundamente en las interacciones sociales y en los modelos de negocios, rompiendo antiguos paradigmas.
Educación, una de las claves
Existen diversas áreas desde donde se puede hacer frente a este desafío. Una de ellas es la educación. Es claro que la brecha entre las demandas del mundo laboral y las habilidades de las personas se origina en el sistema educativo, por lo que es fundamental que se fomenten aquellas habilidades que están siendo requeridas con fuerza en la actualidad y que aumentarán durante los próximos años. En este sentido, es clave que las instituciones de educación incluyan métodos de aprendizaje, metodologías activas y de base tecnológica como las STEAM, en donde se fomenta una estrecha relación con la ciencia, la tecnología, la ingeniería, el arte y la matemática, además de reforzar la importancia del desarrollo de otras habilidades incluyendo las socioemocionales.
Otro aspecto importante es cómo las empresas habilitan espacios de capacitación para que sus equipos de trabajo, con experiencia en la realización de tareas “análogas”, logren aprender estas nuevas habilidades para incorporarse activamente a los procesos de transformación digital y de adopción de tecnologías dentro del negocio. Además de reforzar el sentido de pertenencia y participación en los objetivos comerciales o corporativos, esta reconversión del capital humano viene a derribar el mito del impacto negativo que tiene la automatización de ciertas labores productivas y que, en visiones más apocalípticas, apunta a desvinculaciones masivas de personas desde las empresas. Por el contrario, la digitalización está impulsando la necesidad de contar con personas que sepan administrar esas nuevas tareas y herramientas tecnológicas.
Articulando distintos actores
Visto desde la óptica del Estado, el desafío está en que instituciones como el Ministerio del Trabajo y el Ministerio de Economía, junto con el poder legislativo, puedan fijar su foco en generar espacios de política pública y desarrollar, por ejemplo, incentivos tributarios a las empresas para apoyar planes de automatización. En tanto, el mayor desafío para el mundo privado es fomentar la generación de pactos entre trabajadores y empleadores, junto con instituciones educativas, y el gobierno como incentivador del cambio, para crear un entorno en el que cada profesional sea capaz de desarrollar todo su potencial y talento.
En momentos en que el Banco Mundial afirma que el mundo crecerá en cifras cercanas al 5,6% durante 2021, la recuperación post pandemia será, de acuerdo con el organismo, inevitablemente desigual en los distintos países y zonas geográficas. Por esta razón, y poniendo foco en la realidad chilena, debemos articular a quienes tienen la capacidad de generar los cambios que se requieren en nuestra sociedad para educar en las habilidades del siglo XXI. De no ser así, seguiremos conformándonos con ser usuarios digitales en vez de creadores de tecnología. Solo así podremos construir un país que impulse el emprendimiento, que sea exportador de servicios, inclusivo, conectado, más humano y digital. La inversión en adopción digital requiere de capacidades innovadoras, conectadas con otros aspectos como la creatividad y la apertura hacia nuevos aprendizajes. Los desafíos, entonces, están en generar espacios para una inclusión activa de las mujeres en la industria TI, así como acciones para que Chile avance en la formación tecnológica durante el ciclo formativo. La transformación digital tiene que estar acompañada de la preparación de un capital humano diverso y de la capacitación de las personas en las habilidades necesarias para estos cambios.
Son estas las luces que pueden guiar el camino de los reclutadores de profesionales TI, una industria que, producto de esta incorporación acelerada de tecnología, también se encuentra atravesando un momento particular y de protagonismo. En la medida en que estas habilidades sean consideradas en los procesos de selección, las empresas tendrán la posibilidad de contratar profesionales que cuentan con el nivel adecuado de preparación para integrarse rápidamente y hacer frente a los desafíos digitales que demandan los negocios y desafíos actuales y futuros.