En los últimos cinco años hemos sido testigos de cómo ha aumentado, de manera progresiva y categórica, la inversión del Estado en investigación y desarrollo (I+D) en nuestro país. Se estima que durante este año el Gobierno invertirá cerca de US$1.000 millones y Juan Andrés Fontaine, Ministro de Economía, ya anunció que el objetivo es triplicar esa cifra de aquí al 2018. Sin embargo, aunque parecen cifras impresionantes, debemos analizarlas a cabalidad y ver qué papel juega en esto la innovación, ya que deberíamos estar hablando de I+D+i (investigación y desarrollo, e innovación).
De acuerdo a la última Encuesta de Innovación realizada por el Gobierno, la inversión en I+D en nuestro país representa sólo el 0,4% del PIB nacional, lejos del 0,7% que se estimaba y está a años luz del promedio que tienen hoy los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), de la cual somos miembros, y que bordea el 2,3%.
Asimismo debe subrayarse que en Chile cerca de dos tercios de los gastos destinados a I+D son aportados por el Estado y el resto por los privados, escenario que debiera revertirse. En este sentido, es misión fundamental de las empresas poner el foco en cómo el I+D llega al mercado en forma de innovación, de manera de generar un negocio rentable que justifique mayores cifras de inversión en I+D+i de los privados.
Actualmente, y de acuerdo a la misma encuesta, sólo el 5% de las compañías tiene programas de investigación conjuntos con las universidades, y solamente el 2,2% con organismos públicos de investigación, algo que afecta directamente la transferencia tecnológica. Es por ello que no basta sólo con crear una innovación, sino que el nuevo producto o servicio debe representar un valor especial y distintivo para atraer a nuevos clientes. Este es el principal desafío para la innovación.
Los retos
La inversión de grandes sumas de dinero puede ser un aporte, pero no es lo fundamental para generarla. Más importante parece ser contar con las instancias o instituciones adecuadas para identificar cuándo se está frente a un producto innovador y, en ese momento, poder respaldarlo.
A ello se agrega que hoy la industria de las Tecnologías de Información y Comunicaciones debiera liderar los desarrollos innovadores, ya que está vinculada con todos los sectores de nuestra sociedad, lo que abre un número infinito de puertas para cruzar. Educación, gobierno, salud, empresas, deportes y, probablemente, cualquier área que se les ocurra, puede ser un campo de nuevos e innovadores desarrollos de las TIC.
Cabe destacar que un ámbito donde las TIC pueden hacer una diferencia importante es en el desarrollo de un modelo de participación ciudadana, el cual si bien hoy gracias a las redes sociales está activo, debería potenciarse más aún, de modo de generar una mayor transparencia, mayor colaboración y, por ende, mayor participación entre la ciudadanía y el Gobierno, comunicándose de manera interactiva y fluida. En este aspecto, las tecnologías también juegan un rol destacado en la competitividad. Basta con ver el caso de la Unión Europea, en donde las TIC aumentaron en un 30% la productividad de las otras industrias.
Nos quedamos entonces con grandes desafíos, y si bien el Gobierno está haciendo un buen trabajo para acercarnos a la Sociedad del Conocimiento, aún falta mucho, y junto a las universidades y privados debemos trabajar para construir el país innovador que queremos.