Educación e innovación son las únicas formas de dar un salto cualitativo y cuantitativo en economías que producen principalmente materias primas, como la nuestra. Entonces conviene preguntarse ¿Estamos siendo capaces de procesar información y generar conocimiento en la forma adecuada para enfrentar y participar en el proceso de globalización, como definición de la actividad económica actual, y al mismo tiempo construir nuestra propia identidad?
Considerando el grado de desarrollo que tenemos, difícilmente lograremos, a través de la investigación y desarrollo puros, aumentar el valor de lo que producimos, o bien incorporarnos plenamente en esta economía del conocimiento. Un camino mucho más eficiente es concentrar los esfuerzos en la apropiación de tecnología para procesos de mayor valor agregado y, paralelamente, dedicar parte del esfuerzo en ciencias. Así es el ejemplo de China y otros países que centraron su trabajo en tecnología aplicada, investigación y desarrollo desde la ingeniería, buscando obtener ventajas en la producción de algún bien o servicio.
Lo planteado también nos lleva a considerar que la innovación no se refiere sólo a crear un producto o servicio nuevo, sino también a innovar en los procesos, en la gestión, en los materiales utilizados, en la logística, en la cadena de valor completa.
En el caso de nuestro país, las áreas donde podemos avanzar en esa dirección, siempre teniendo en mente el concepto de encadenamiento productivo, actualmente parecen pocas: la minería, especialmente del cobre y potencialmente el litio; la producción de vino; la industria del salmón y otras a definir, pero claramente hay que mirar aquellas áreas donde exista un grado de desarrollo, una ventaja o un cluster existente o potencialmente inminente.
Apurar el paso
Si no tomamos conciencia de que para avanzar rápido, participar de la economía del conocimiento y agregar valor a lo que exportamos, debemos tomar el atajo más corto, corremos el riesgo de que efectivamente dupliquemos el 0,6% del PIB para investigación, pero que ello sea sólo para el disfrute intelectual de algunos, y que difícilmente lleguemos al 4% como Finlandia. Digámoslo de una vez: Chile gasta un porcentaje bajísimo del PIB en investigación y desarrollo, éste además se aplica a un PIB que en términos absolutos es bajo. Es el Estado directa o indirectamente el que financia el 80% de la investigación y desarrollo, pero lo más negativo es que, con excepciones notables en biología, medicina y astronomía, no se ven los resultados.
En la actualidad, deberíamos tener redes de monitoreo en el mundo, pa-ra saber instantáneamente que conocimiento se está creando. Debemos lograr que más empresarios vean como se trabaja en otros países, y de esta manera, entiendan porqué y cómo se consigue que empresas tecnológicas chinas tengan, además de en su mismo territorio, centros de investigación y desarrollo aplicados en India, Suecia, Estados Unidos y Rusia. Debemos lo-grar que la sociedad valore la curiosidad por el conocimiento y el em-prendimiento.
Si logramos lo anterior, habremos construido un Sistema Nacional de Innovación, con un sustento cultural como nación y posiblemente sin necesidad de crear una enorme burocracia, sino sólo los espacios y las coordinaciones requeridas.
Debemos recordar que, cada mañana, la gacela más lenta sabe que su vida depende de correr más rápido que el león más rápido, y el león más lento sabe que su vida depende de correr más rápido que la gacela más lenta. El futuro de Chile depende hoy de correr más rápido que el resto en innovación y educación.
Octubre de 2005