En julio pasado, Chile fue centro del análisis regional que reunió a representantes de los principales proyectos de I+D en Latinoamérica y El Caribe sobre reciclaje y reacondicionamiento de residuos electrónicos, en una mesa redonda organizada por la Plataforma Relac. Se trata de la basura del siglo XXI, también conocida como e-waste, que según proyecciones de la consultora e-Scrap Argentina, nos enfrentará como país en el 2020 a cerca de 215 mil toneladas de residuos electrónicos sólo de computadores, las que contendrán 2 toneladas de arsénico (suficiente para contaminar 225 millones de litros de agua para beber), 3 toneladas de mercurio, y casi 10 mil toneladas de plomo.
¿Cómo ven el problema de la basura electrónica en Chile?
Nuestro proyecto está focalizado en los computadores, que representan un cuarto del total de residuos electrónicos y que, además, son un reflejo de la llamada ‘revolución tecnológica’.
Según un estudio de la Plataforma Relac, entre 1983 y 2005 se vendieron en América Latina 94.674.000 de computadores; si se considera que el 27% de éstos quedará fuera de uso, se trataría de 25.561.900 de máquinas convertidas en desechos. Siguiendo igual lógica, si para el 2008 se venden 117.717.000 de PCs, habrá un total de 46.585.800 de equipos que pasarán a ser basura electrónica. En nuestro país la cantidad de residuos de computadores crecerá en un 10% durante la próxima década y para el 2020 se estima que 1,7 millones de equipos de escritorio y portátiles se convertirán en basura electrónica.
¿Cuál es su propuesta como entidad?
Apostamos principalmente a tres vías de solución relacionadas con el desarrollo sustentable. Primero, apuntamos a que se dé un tratamiento correcto a estos equipos, ya que contienen productos tóxicos, por lo que su manejo debe ser adecuado para no generar un impacto negativo en el medioambiente. Por otra parte, integran componentes recuperables, algunos de mayor valor que otros (desde plásticos hasta metales, como plata, platino, oro y cobre). Entonces buscamos potenciar el reciclaje de estos elementos.
Hay otro nivel, que es de prevención y considera el diseño del equipo con sello verde, es decir, que contenga menos componentes tóxicos. En la Comunidad Europea están mucho más avanzados que en Latinoamérica, pues hace varios años ya poseen normativas que regulan este tema, por ejemplo RoHS, que controla las cantidades de elementos tóxicos de los aparatos. Los países industrializados, además, han implementado la REP (Responsabilidad Extendida del Producto), una suerte de ‘quien contamina paga’ y que implica que los productores se hagan cargo de todo el ciclo de vida del producto, desde el diseño hasta su destrucción.
Y en un tercer nivel, apostamos al re-uso (extendiendo la vida útil de los equipos) que en la Región incluye el reacondicionamiento para apoyar la reducción de la brecha digital.
¿La idea es coordinar un trabajo regional?
Proponemos trabajar a nivel regional, aunando iniciativas e identificando las particularidades de Latinoamérica, donde, por ejemplo, somos principalmente importadores de equipos, lo que nos impide poder decidir en el diseño y también dificulta promover la REP. Estamos proponiendo, por lo tanto, que los fabricantes de tecnología con filiales en Chile asuman en las subsidiarias locales las mismas normas o políticas de reciclaje que adoptan en los países industrializados.
En la Región no existe una gran cultura medioambiental y hay desconocimiento de la población sobre los residuos electrónicos, qué son y cómo tratarlos. Por eso, también es muy relevante la información. Dada la brecha digital, todo el mensaje que se ha transmitido de estos aparatos es desde la óptica de los beneficios, pero no de los efectos que un mal manejo de sus componentes puede causar, lo que debe ser parte de cualquier estrategia digital pública.