Nuestro cerebro y el futuro de lo impredecible

Por más que pensemos que optamos por decisiones lógicas, siempre procesamos mucha información de manera inconsciente, sin siquiera darnos cuenta y con sesgos. Por eso, una de las lecciones que nos dejará el Covid-19 es precisamente la relevancia de retar de modo permanente nuestra forma de pensar, para poder prevenir, aunque nos parezca muy lejana una posibilidad.

Publicado el 31 May 2020

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¿Qué tienen en común el hundimiento del Titanic (1912), la explosión de la central atómica de Chernobyl (1986), el atentado de las Torres Gemelas (2001), la crisis social en Chile y la pandemia de Covid-19? Si pensaste que sobre los tres primeros hechos se hicieron grandes películas y series que superaron todas las fronteras, vas bien. Para los últimos dos, los guiones ya se están escribiendo. Pero fundamentalmente, todos ellos han contribuido, de una u otra forma, a generar un cambio global y su existencia constituye un hito para la historia de la humanidad. Además, hay consenso en que fueron “inesperados” y nadie estaba preparado, explicación de su impacto y consecuencias.

Todos estos hechos podrían ser catalogados de “Cisnes Negros”, término acuñado por Nasim Taleb. ¿Pero eran realmente hechos impensables? Estos sucesos pueden ser considerados inesperados por dos motivos: matemáticamente analizamos y decidimos que la probabilidad es demasiado baja, por lo que resolvemos no abocar demasiados recursos a algo “muy improbable de ocurrir”; o porque nuestro cerebro le asigna una baja probabilidad, por los sesgos cognitivos de nuestro pensar, aunque esta no sea tan baja.

Nuestro sistema nervioso toma decisiones constantemente, guiando nuestras acciones y comportamientos. El gran problema es que, por más que creamos que son decisiones lógicas, existen muchos procesamientos de información inconscientes, sin siquiera darnos cuenta, o bien filtramos información que nos hubiese indicado que el querido “Cisne Negro” estaba a la vuelta de la esquina.

Un paradigma difícil de derribar

El ser humano tiene una gran dificultad para prevenir, por más que vea muchísimas señales de un posible escenario con consecuencias devastadoras. Pensemos en la cantidad de pacientes a los que se les detectan factores de riesgo para enfermedades y que se les informa que esto les puede acortar la vida. Aun así, cada uno, como pacientes, consideramos difícil invertir tiempo y recursos en tratar de revertir la situación y terminamos con una baja adherencia a los tratamientos y cuidados. ¿Por qué? Ocurre que hay un pensamiento que suele subyacer atrás y es: “¿y si invierto todo esto y no me toca? ¿Cómo voy a correr ese riesgo?” Se trata de un gran paradigma que suele entrar en conflicto con nuestros principios de eficiencia, donde si invertimos en algo que finalmente no sucede, no fue inversión sino gasto y, por ende, no fue eficiente.

En las organizaciones la situación no es diferente. Escuché mucho, de primera persona, por qué no era necesario preparar todos los puestos de distintas compañías para el trabajo remoto, razones relacionadas con inversión en notebooks y el miedo a que las personas “no trabajen”. Lo curioso es que a fines del año pasado la crisis social en Chile impidió que muchos trabajadores en la ciudad pudieran viajar hacia sus oficinas, y tuvieran que laborar en forma remota. Este hecho ya había dado un principio de alarma.

Hoy nadie puede decir que la pandemia del Covid-19 no afectó su forma de trabajar y que no tuvo que hacer algún ajuste para que al menos un colaborador esté desempeñándose en forma remota. También es cierto que quienes tuvieron la capacidad de hacer un plan de contingencia, invirtiendo en algo que parecía imposible, lo han vivido con más naturalidad. Pero el funcionamiento de nuestro sistema nervioso, en ese sentido, también puede filtrarnos oportunidades, no solo consecuencias negativas. En términos de innovación, esto es la muerte más lenta que no vemos en el día a día.

Si hay una lección que nos dejará esta pandemia es justamente desafiar constantemente nuestra forma de pensar y considerar el sentido de eficiencia y el peso de las medidas de prevención. Porque, como ya nos demostró la historia, una y otra vez, somos humanos, nuestros análisis de probabilidades están sesgados y fallan, y nuestros sistemas nerviosos no tienen la capacidad de analizar todas las variables.

En estos contextos donde tenemos que aprender a gestionar bajo grandes cantidades de incertidumbre, no existirán due- ños de la verdad. Por eso es el momento, hoy más que nunca, de ejercitar la verdadera escucha y de incorporar la diversidad de miradas como reales ventajas para salir adelante. Al final, es juntos y colaborando que se logra vencer las crisis.

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Redacción

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