El pasado mes de junio, Michael Bloomberg señaló que destinará US$500 millones para reducir la dependencia de los combustibles fósiles y cerrar las centrales eléctricas de carbón en Estados Unidos.
Por su parte, Amazon comenzará a divulgar su huella de carbono a fines de este año, con el objetivo de dar a consumidores e inversionistas información sobre el costo ambiental de su popular delivery de dos días, comprometiéndose además a que la mitad de sus envíos serán neutrales en emisiones de carbono de aquí a 2030.
La presión de los reguladores de Europa y Estados Unidos -donde las empresas abiertas en Bolsa deben entregar información sobre su impacto ambiental e incluso su huella de carbono- ha dado mayor énfasis a estas decisiones. Además, los inversionistas están valorando fuertemente a las empresas que cumplen criterios medioambientales, sociales y de gobierno corporativo.
En línea con esto, según la encuesta 2019 de la gestora Legg Mason, 7 de cada 10 inversionistas españoles pagarían comisiones de gestión más altas si eso garantiza que su capital se invierte en empresas ambientalmente responsables. Adicionalmente, datos de 2018 del Callan Institute muestran que el 43% de los inversores señala que considera factores de sostenibilidad en sus decisiones de inversión, un 21% más que en el año 2013.
Los consumidores también están progresivamente favoreciendo a las empresas más sustentables. Según un estudio de Unilever realizado en 2017, las marcas de su portafolio que integraron la sustentabilidad en sus productos -como Dove, Knorr y Ben & Jerry’s- lograron casi la mitad del crecimiento global de su compañía en 2015 y crecieron un 30% más rápido que el resto del grupo. Además, datos del estudio global de GfK señalan que el 76% de los consumidores espera un compromiso ecológico de las marcas y un 28% de ellos considera que las empresas tienen la obligación moral de ser respetuosas con el medioambiente. A ello se suman iniciativas globales, como la Agenda 2030 de la ONU y la COP 25 -que tendrá lugar en nuestro país durante el mes de diciembre-, que buscan aunar esfuerzos para reducir las emisiones y evitar que la temperatura del planeta suba más de 1,5° al año 2030, lo que conllevaría, según criterios del IPCC (Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de la ONU), sequías, inundaciones y crisis agroalimentaria.
¿Cómo incorporarse al cambio?
La tendencia es clara y la responsabilidad ESG -ambiental, social y de gobierno corporativo, por sus siglas en inglés- una necesidad imperiosa, pero ¿de qué manera podemos incorporarnos al cambio sin marearnos en el intento? La Eficiencia Operacional es una forma en que las empresas pueden comprometerse con las variables ESG, mejorando su competitividad y agregando valor a sus operaciones y a sus grupos de interés, al planificar y ejecutar los factores productivos para operar con excelencia y al menor costo posible. Esto permite mantener la calidad y procura la sostenibilidad de la compañía al disminuir los impactos en el entorno.
Un ejemplo de lo anterior es la llamada “economía circular” que se enfoca en rediseñar los productos para valorizar los residuos. Esto permite reducir costos en los materiales -al reutilizar los existentes- u obtener nuevos beneficios. De acuerdo a la Fundación Ellen MacArthur, en Reino Unido se podrían obtener US$1,9 por cada hectolitro de cerveza producido si las cerveceras vendieran sus afrechos. La reutilización de residuos también se ve impulsada por las regulaciones europeas donde ya 20 países gravan los vertidos y residuos.
Una operación eficiente también contribuye a la estrategia comercial, ya que logra posicionar y distinguir a la marca por sus atributos sostenibles. Según el Barómetro Edelman Trust 2016, 8 de cada 10 consumidores consideran que “liderar la solución de problemas sociales es responsabilidad de las empresas”. En esta línea, en 2017 una conocida multinacional de calzado comenzó a producir zapatillas que usan como materia prima botellas de plástico, logrando vender en dos años más de 6 millones de pares.
Para obtener una eficiencia sólida y sostenible, es necesario integrar indicadores de desempeño alineados a la sostenibilidad en el Balanced Scorecard y en línea con los indicadores de transparencia -como GRI o IIRC- con que las compañías reportan su gestión anualmente. Además, las optimizaciones de proceso deben responder a políticas y protocolos claros en la estructura interna de la empresa para intervenir así a nivel productivo, pero también a nivel cultural y financiero, logrando consecuencias positivas para el medioambiente y, de paso, como hemos visto, para su competitividad.
En este sentido, una estrategia de sostenibilidad que integre transversalmente todas las áreas, con una comunicación oportuna y un propósito definido, se convierte en el mejor aliado para gestionar -y comunicar- el cambio en una organización, buscando la Eficiencia Operacional y, en consecuencia, la sostenibilidad de la empresa.