El Metaverso existe gracias a la capacidad y velocidad de transmisión y computo de datos -ambas siguen en expansión– y su viabilidad representa una nueva etapa en la obsesión humana por la aceleración: permitirá que el “tiempo real” reemplace al “espacio real” (Paul Virilio).
Hoy se accede por medio de lentes de Realidad Aumentada. Es apenas el principio.
Hacia una réplica idéntica del espacio físico
Visitando la feria de tecnología en Barcelona experimentamos el Metaverso. A todos nos costó comprenderlo. Las versiones son simples y rudimentarias, pero evolucionarán a una replica idéntica del espacio físico. Ya no será necesario desplazarse a Paris, podrá visitar su versión digital (quizás elegir el día y año preferido para su visita, solo es necesario que exista el software que la recree). Con certeza habrá versiones más inmersivas con sensaciones de tacto, movilidad, temperatura, gusto y olfato, etc.
El mercado ya llegó. Así como existen propietarios de las direcciones de Internet para acceder a una página, es posible comprar un sitio en el Metaverso. También comprar bienes muebles, de los que los NFT son la cara mas visible. Las compañías tecnológicas se han lanzado en masa a la conquista del espacio virtual. Los juegos digitales ya manejan una industria de trillones de dólares. Aplicaciones puntuales de Realidad Aumentada han existido de manera aislada. Las primeras aplicaciones vendrán por la industria de la entretención (de niños y de grandes), juegos, espectáculos, deportes, películas, turismo, etc. Todo el espacio físico, móvil o inmóvil, será replicado.
Inmensas posibilidades
El Estado llegará a su tiempo. Barbados ya abrió la primera meta-embajada, dando inicio a la diplomacia virtual, otras meta-representaciones del Estado no se harán esperar. Piense en sus trámites ante el Registro Civil: en vez de clave única usará su avatar identificable por un e-RUT, pagará con la billetera digital habilitada por una sucursal de su banco en el Metaverso, y en vez de la página web o el chat, conversará con un funcionario a través de su avatar, o con una Inteligencia Artificial. ¿El televiaje a París es para contraer matrimonio? Puede programarlo en la Catedral de Notre Dame y que un funcionario espiritual y otro del Registro Civil, representados por sus avatares, hagan los oficios. No será necesario siquiera que la pareja esté en el mismo espacio físico en el mundo real, un dron puede llevar los anillos a donde se requiera. Los avatares de los amigos de los recién casados lanzarán flores y arroz virtuales.
El teletrabajo evolucionará, no será necesario vivir en grandes urbes: bastará una buena conexión a Internet y un dispositivo. Si la educación virtual es posible en dos dimensiones, ahora solo puede ampliarse (un robot en el laboratorio, o un laboratorio virtual, servirá para la educación aplicada). Quizás volveremos a ver en las calles las extintas cabinas telefónicas, dotadas del equipamiento necesario para acceder al mundo paralelo.
Dejando de lado la reflexión de la dimensión humana, no es difícil anticipar las derivaciones (o desviaciones) que se producirán. El metaverso traerá inmensas posibilidades, con sus costos, sus riesgos, y sus accidentes. Quizás en un futuro cercano gozaremos de inmortalidad virtual. La visión distópica también es fácil de imaginar. Solo pensar en el impacto en las formas de vida y las relaciones humanas, o la democracia, puede desorientarnos. Quizás hoy miramos con los mismos ojos con los que los aborígenes del Caribe habrán mirado las carabelas de Colón: somos los primitivos del futuro.