Claudio Oyarzún Fracei, gerente general de HumanNet.
Por Claudio Oyarzún Fracei, gerente general de HumanNet.
Sin duda, la pandemia del Covid-19 se tradujo en su momento en un cambio rotundo en la manera en que trabajábamos y nos relacionábamos. Las limitaciones impuestas por las autoridades para desplazarnos- dada la emergencia sanitaria que vivíamos- nos obligaron en gran medida a refugiarnos en nuestros hogares, mientras las organizaciones de las que formábamos parte trabajaban contra el tiempo para implementar el trabajo remoto y seguir operando. Si hasta se dictó una ley en el país que daba vida al teletrabajo y trabajo remoto.
Todo ello permitió descubrir que la tecnología y la voluntad del ser humano podían lograr cosas impensadas, casi sin límites. La gran mayoría de nosotros hablaba en esos meses de las ventajas y beneficios del trabajo remoto: adiós a los desplazamientos, más tiempo para uno, mayor bienestar para la familia y elevada productividad eran algunas de las consignas.
Posteriormente, en la medida que la situación lo iba permitiendo, y teníamos más libertad para movernos, muchas organizaciones comenzaron a implementar el modelo híbrido. Es decir, la combinación del trabajo presencial con el remoto, ya sea en turnos de 1x 4, 2×3, etc. Hoy, a casi dos meses de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) haya declarado el término de la emergencia sanitaria internacional por el Covid-19, muchos se estarán preguntando ¿qué se impondrá en el futuro: el trabajo en la oficina o a distancia?
Si bien ambos formatos tienen aspectos positivos, quisiera destacar que la presencialidad está adquiriendo cada día una mayor relevancia. De hecho, algunas investigaciones de la Universidad de Harvard, Universidad de California y del MIT, entre otras destacadas instituciones, sostienen que el trabajo en la oficina contribuye a una mayor productividad.
Adicionalmente, otros estudios indican que mejora la comunicación entre los miembros de una organización y facilita el aprendizaje de los colaboradores en el tiempo. Y es que al concurrir a la oficina los empleados pueden conversar cara a cara y mirarse a los ojos para intercambiar ideas y conocimientos, discutir proyectos, abordar problemas y buscar soluciones, compartir anécdotas, etc., de una manera directa y completa, lo cual contribuye a acrecentar la pertenencia e identificación de ellos con la cultura organizacional.
Esta cercanía y calidez que entrega la presencialidad a la vez ayuda al aprendizaje de los trabajadores, pues gracias a la interacción en terreno se pueden desarrollar habilidades, aclarar dudas, corregir errores y adquirir nuevos conceptos de una manera más natural y rápida.
Si bien esta discusión no está cerrada aún, podemos observar que los Millennials (nacidos entre 1981 y 1993) y la Generación Z (nacidos en 1994 en adelante) se muestran más partidarios del teletrabajo y de la modalidad híbrida, mientras que los Baby Boomers (1946-1964) y la Generación X (1965-1981) prefieren el trabajo en la oficina.